Con menos peregrinos que los acostumbrados y un boato un tanto disminuido, fue sepultado Benedicto XVI, el papa benemérito, Joseph Ratzinger.
En febrero del año 2013 Benedicto XVI se trasladaba a Castel Gandolfo, residencia estival de los papas, donde pasó el tiempo del cónclave, convirtiéndose en la figura del papa emérito. Negó siempre que su renuncia tuviese alguna relación con el escándalo de los documentos sobre las relaciones de obispos y altos dignatarios chantajeados por su homosexualidad, denominado el escándalo de los vatileakes. La explicación sobre su estado de salud de no ser por el tiempo que sobrevivió a su renuncia (más tiempo que el de ejercicio efectivo de su pontificado) habría sido convincente, y habría sido aún más convincente si la resolución del asunto no se hubiese reducido solo al castigo del secretario autor del delito.
El observatorio vaticano y otros periódicos del régimen y del gobierno pontificado destacaron fundamentalmente dos cosas: La importancia de Ratzinger como teólogo de la Iglesia y el hecho de constituir el pontífice que después de seiscientos años renunció al pontificado.

Todos ellos pasan de soslayo varios hechos, a mi juicio, más importantes: el teólogo alemán ocupó durante dos décadas de Prefecto de la congregación para la doctrina de la Fe cargo que desempeñó por resolución del papa Juan Pablo II en 1981. En el desempeño de este cargo dejó un triste legado para la Iglesia: la persecución de todo aquel que creía divulgaba y practicaba su fe conforme a la interpretación evangélica denominada teología de la liberación. Pero, conviene poner atención en que esto no lo hizo como teólogo. El prefecto no lideró un debate tan necesario como importante sobre las formas que adquiría una interpretación que, en el tercer mundo, y especialmente en América Latina, había adquirido relevancia y era heredera de la conferencia de Medellín y su declaración de la opción por los pobres. Los persiguió como inquisidor.
Cuando se desarrollaba el Concilio Vaticano II, y el teólogo alemán era considerado dentro del ala progresista de la Iglesia nadie hubiera pensado y mucho menos su amigo el teólogo Hans Kung quien lo invitara a dar clases de teología a Turingia donde éste se desempeñaba como profesor, que se pasaría al bando conservador y que posteriormente lideraría a instancia del papa Wojtyla el movimiento restaurador de los tradicionalistas apoyando y apoyándose en los movimientos eclesiásticos neoconservadores como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, etc.
Desde la década del 80 el teólogo alemán fue llamado por los medios el Panzerkardinal, constituyendo un factótum del papa polaco que no pocos lo consideraban el verdadero número dos de la Iglesia, por encima, incluso, del secretario de estado, el cardenal Ángelo Sodano. Personaje intocable en el vaticano Ratzinger se dio a la tarea de poner orden en la iglesia primero decapitando y posteriormente domesticando a la Teología de la Liberación.
Cuando en el año 1984, el Panzerkardinal consiguió la condena oficial de la Teología de la liberación, los sectores más conservadores de la iglesia católica consiguieron expulsar a la corriente más innovadora, progresista y popular en todos los espacios pastoral, teológico, catequético y social consiguiendo abortar todo proyecto de desarrollo del Evangelio de los pobres.

Paradójicamente, el mayor intelectual de la iglesia había conseguido imponer una rigidez total en todo debate doctrinal, instaurando el miedo y la obsecuencia de teólogos y sacerdotes. En un ambiente hostil que amonestaba, perseguía, e incluso humillaba públicamente como lo hizo el papa Juan Pablo II con el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, algunos teólogos líderes de la teología de la liberación se fueron como Leonardo Boff, optaron por el silencio como Gustavo Gutiérrez o como su colega y amigo Hans Kung, después de haber perdido la licencia para enseñar doctrina católica y negarse a acudir a una citación del papa polaco, se refugió en la soledad de la escritura de sus libros, completando su inmensa obra teológica y doctrinal hasta su muerte el año 2021, en parte reconciliado con su otrora persecutor Ratzinger.
Recordemos que, entonces, en los lugares en donde la teología de la liberación brotaba y crecía era donde los pobres creyentes y la fe de los pobres eran perseguidos en implacables y asesinas dictaduras como las de Brasil, Chile, Nicaragua, el Salvador, Argentina, etc. Cuando la curia romana con Ratzinger a la cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe les quitó a unos curas izquierdistas brasileños la calidad de sacerdotes, a los pocos días sus cuerpos fueron encontrados descuartizados y arrojados en tarros de basura.
El resultado de esta persecución por las ideas y no por las prácticas, fue el peor de todos para la Iglesia católica, apostólica y romana: buena parte de su feligresía se fue a la competencia y hoy tiene que disputar en deplorables condiciones su decadente liderazgo espiritual con los evangélicos. Bien por los últimos.
Sorprende – y también molesta-, que de esto no se hable, aunque no sorprende que en la Iglesia continué la opacidad y el miedo a la transparencia. De allí, precisamente su debilidad. Porque olvidando la sentencia evangélica “La verdad os hará libres” se ha preferido ocultar el rol inquisidor del fenecido papa emérito.
No es necesario caer en el oportunismo y la crítica mediática de su actitud de debilidad para con las denuncias sobre abusos sexuales en la Iglesia, pero corresponde contrastar que en los mismos tiempos en que se criticaba sin dilación y sin el más mínimo derecho a réplica a aquellos que solo pretendían practicar su fe desde una perspectiva diferente, se era laxo, indolente e, incluso, cómplice, de crímenes (si crímenes, delitos) contra miles de niños en todo el mundo, durante décadas.
Mientras en los ambientes eclesiásticos se les aconsejaba a los que por entonces denunciaban estos hechos no juzgar, los consejeros no tenían inconvenientes en juzgar y condenar sin escuchar a los que cometieron según ellos el inmenso pecado de practicar su fe mirando el Evangelio junto a aquellos que acompañaron a Jesús desde su nacimiento hasta su muerte: los pobres. Literalmente: Jesús nació en un pesebre y fue enterrado en un sepulcro prestado por un vecino rico. Y fue crucificado como a los pobres, porque por aquellos días, ricos y pobres tenían ajusticiamientos diferentes.
Con motivo del fallecimiento del papa emérito se ha distinguido el pensamiento de Ratzinger por su posición anti relativista como sepuso de manifiesto en la conocida homilía de la misa funeraria del papa polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II, y que por su importancia vale la pena reproducir inextenso:
“Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas del pensamiento… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir en el error (Cf. Efesios 4, 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar «zarandear por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas”.

Sin perjuicio de que la fuerte sentencia de tendencia restauradora animaba a muchos de los prelados que terminaron por elegirlo papa en el cónclave que se inició inmediatamente después de la homilía, cabe preguntarse, no obstante, que sentido tenía la reacción anti relativista del teólogo alemán, además de constituirse en una gran oportunidad para presentarse como líder en un momento de orfandad de líderes en la iglesia. Porque es ciertamente dudoso que la iglesia tuviese una especial preocupación por discutir en ese momento la emergencia de pensamientos y cosmovisiones decimonónicas como el marxismo y el liberalismo. Esto nos lleva a pensar que la sentencia de Ratzinger se dirigía, en realidad, a combatir un enemigo al interior de la Iglesia, que amenazaba con contestar. Y, desde esa vertiente, es posible encontrar algunos manantiales. El más importante es, en mi opinión, el de las discusiones que por entonces empiezan a tener relevancia en la Iglesia y casi todas se relacionan directa o indirectamente con la sexualidad de las personas en lo específico, y con las denominadas ideologías de género en general.
Para ello basta con tener presente que el teólogo alemán en el culmen de la represión teológica fue responsable y autor de gran parte del Catecismo de la Iglesia Católica y es autor del polémico documento Dominus Iesus por el cual se pretende resucitar la idea peregrina de atribuir a la iglesia católica no solo el monopolio de la verdad, sino que además rescata de las catacumbas el axioma tridentino según el cual fuera de la iglesia no hay salvación. El cuestionado documento provocó la protesta de varios cardenales y prelados de la iglesia.
Ratzinger también, había silenciado con medidas autoritarias el debate de todas las cuestiones teológicas que hoy vuelven a formar parte de las conversaciones de la feligresía y el pueblo de Dios: papel de los laicos, comunión de los divorciados, fecundación artificial y métodos para la no concepción, el rol de los teólogos y su estatuto, praxis penitencial, etc.
Y peor que eso, en momentos en que el SIDA cobraba millones de víctimas en el mundo puso a la iglesia de espaldas a enfrentar las verdaderas preocupaciones de los jóvenes como se puede observar de sus palabras en relación con el uso de preservativos, aconsejado por la OMS, y expuesto por el periodista alemán Peter Sewald, y reproducido en su libro: “Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época”:
“el preservativo parece más eficaz que la moral, pero creer posible sustituir la dignidad moral de la persona por condones para asegurar su libertad, supone envilecer de raíz a los seres humanos, provocando justo lo que se pretende impedir: una sociedad egoísta en la que todo el mundo puede desfogarse sin asumir responsabilidad alguna. La miseria procede de la desmoralización de la sociedad, no de su moralización, y la propaganda del preservativo es parte esencial de esa desmoralización,”
Si a esto se le suma su reivindicación tardía del romano-centrismo, el debilitamiento de las Conferencias Episcopales, -transformándolas en virtuales sucursales de la curia-, y la eliminación de todo debate sobre el eventual acceso de la mujer al sacerdocio, no puede sino concluirse que Ratzinger constituyó una reacción y retroceso del concilio vaticano II. Mala cosecha.
Finalmente observemos que el papa Benedicto XVI no solo constituyó un retroceso en la iglesia inspirada en las reflexiones del Concilio Vaticano II, sino lo que es peor extravió el camino de los verdaderos conflictos del mundo y la fe en Dios. Y esto no deja de ser paradójico porque este papa y teólogo tan obsesionado por la incomprensión o desvalorización de la verdad y las ideas absolutas del mundo laico y descreído en el que vivimos descuidó observar una cuestión fundamental: que ese mundo descreído y opuesto a la fe del Evangelio no tiene una mejor aliada que la cultura capitalista que lleva en sus entrañas el consumismo materialista, el hedonismo vacuo, la cultura de la alienación de los seres humanos y que los atentados a los seres vivos y los equilibrios del planeta constituye el mayor atentado a la obra de Dios.

Ratzinger al perseguir a los equivocados y peligrosos fieles de la Teología de la Liberación no solo llevó a la iglesia a hacerse objeto de sí misma sino peor aún la alejó de aquellos que Jesús consideró como el lugar donde la semilla germinaría: los pobres. Y al entramparse en el rol del defensor fidei, enajenó a los jóvenes y sus preocupaciones de las acciones y programas de la iglesia en el momento en que más lo necesitaban, desconfiando y recelando de su sexualidad, confundiendo la necesidad de entender la palabra evangélica como alimento espiritual del pueblo de Dios, con el prohibicionismo inútil e infecundo.
Y, en ese camino de paradojas, los que se obstinaron en juzgar y estigmatizar a los que practicaban una sexualidad diferente o, intentaban ser aceptados en sus comunidades espirituales, fueron incapaces de detener a tiempo las prácticas reales de abusos contra menores, corrupción, y narcisismo enajenado que atormentó a los feligreses a su cuidado, especialmente niños pobres.
Por eso, y más allá, de los panegíricos que se le prodiguen al papa emérito los tiempos de su reinado y liderazgo teológico no fueron buenos tiempos para los pobres en la iglesia y la iglesia de los pobres. Ni para la profundización del sendero abierto por Juan XXIII que quería una Iglesia que permitiera que el aire de su tiempo penetrase en su interior. Porque para eso, la Iglesia debe estar dispuesta a recibir a todos aquellos que otrora estigmatizó o marginó, como los divorciados, los homosexuales, los disidentes, etc. entendiendo que aquellos y aquellas vienen con su atado de ideas distintas y a veces también distantes para ser acogidos y amados. No para ser humillados o expulsados.
Para conseguirlo, basta con seguir las enseñanzas del Maestro:
“No juzguen a los demás y no serán juzgados. Porque de la misma manera que juzguen así serán juzgados. Y la misma medida que usen para los demás será usada para ustedes.” (Mateo, 7, 1 y 2)