El autor norteamericano, William Kotzwinkle, (1943) escribió en 1975 una entrañable novela corta sobre una experiencia personal que cambio su vida para siempre.
Hay experiencias en la vida que a nadie le gustaría tener, que por su impacto se quedan adheridas en la memoria y permanentemente rasguñan el alma. Algo así le sucedió al escritor William Kotzwinkle en 1975, cuando después de mucho de tiempo de querer ser padre su esposa logra quedar embarazada y después de un tiempo está a punto de dar a luz. Ilusionado, la acompaña al hospital y tras un trabajoso parto el niño nace muerto. Es tan grande el dolor que el escritor después de la autopsia entierra al lactante y casi de inmediato escribe de una sola vez “El nadador en el mar secreto”, una novela corta, de noventa páginas, que narra su experiencia en tercera persona a través de Lanski, un artista visual que se convierte en el alter ego de Kotzwinkle.

“Mi mundo quedó aplastado, desgarrado por la mitad“, dijo en una entrevista el autor al recordar el momento en que escribió “El nadador en el mar secreto”. Según lo ha mencionado en reiteradas oportunidades, el texto sigue viviendo en él, a pesar de que se trata de una obra que tiene más de cuarenta años. “Más que un libro es un recuerdo. La historia continúa viva en mí. No he releído el libro, pero lo que ocurrió se escribió en mí, en mi alma. En ese sentido, siempre he estado leyendo y releyendo este libro”, ha señalado Kotzwinkle.
Este recuerdo permanente en la cabeza de Kotzwinkle marca una novela sin tiempo, de gran lirismo, que a pesar del paso de los años envejece bien y refleja a la perfección la atmósfera que sobrelleva una pareja que nunca deja de creer en lo que está haciendo. El autor describe las miradas, las caras de dolor de la esposa en la sala de parto, la impresión de Laski al ver el cambio físico de la mujer mientras hace fuerza y espera la llegada del niño, la desolación del protagonista cuando el doctor le dice que el niño ha muerto, pero que no hay problema porque su esposa se ve sana y pueden volver a intentarlo otra vez; la difícil decisión que la pareja debe tomar con el cuerpo del hijo perdido para no olvidarlo nunca. Son los sentimientos de angustia, desesperación, resignación, llanto y la desintegración de los sueños familiares los verdaderos motores que gatillan una historia triste que navega sobre océanos inciertos y profundos.
“Laski condujo de vuelta a casa con la cara empapada de lágrimas mientras su espíritu corría con su hijo una carrera por el tiempo para atravesar la mañana del mundo, de un lugar a otro, por ciudades, por el valle precioso. El momento del encuentro fue infinito: tomaron un barco, tomaron un tren, contemplaron las vistas y crecieron juntos. El viaje hasta el bosque pareció durar años y, mientras subía las colinas que llevaban al asentamiento abandonado, Laski sintió que el espíritu de su hijo se extendía en torno a él.” Tal como escribe Kotzwinkle en el libro, el pensar que su hijo está junto a él, motiva al protagonista a salir adelante, a creer que nada es en vano, que todos los esfuerzos han valido la pena, que existe una vida completa por la que debe luchar junto a su mujer.

Si bien el autor es conocido como un narrador vinculado al género fantástico que ha escrito la versión literaria de “ET, el extraterrestre” y el guión de la cuarta parte de la película “Pesadilla en Elm Street”, entre otras obras, fue en “El nadador en el mar secreto” donde sacó a relucir una veta más íntima que nunca quiso repetir porque, según él mismo ha confesado, el libro lo construyó con lágrimas en los ojos desde la primera hasta la última página. Fue tan tremendo todo el proceso para Kotzwinkle que desde entonces dejó de lado sus referencias personales en el ámbito literario para dedicarse a los cuentos infantiles, las novelas fantásticas y los guiones cinematográficos.