Marx enseñó, si lo entiendo bien, que la sociedad es economía. Que los procesos sociales son, mediada o inmediatamente, procesos económicos. No creo que sea necesario tragarse los argumentos marxistas para darse cuenta de que, en nuestro caso, el poder económico es el poder de todos los poderes. El poder político democrático depende en gran parte de las condiciones económicas de la vida cotidiana de las mayorías. No hay garrote, como lo hubo, para mandar sin prestarles mucha atención. El poder militar, altamente tecnificado, está limitado esencialmente por el dinero, como ha sido habitual. Y el poder movilizador masivo de ciertas declaraciones, como el reconocimiento de ambiciosos derechos sociales y nacionalidades, corre el peligro de producir frustrantes entusiasmos pasajeros, sin el poder económico necesario para cumplir la promesa de hacerlos actuales.
La economía está en la raíz de todas las impotencias sociales. Quizá sea paradojal que la izquierda de inspiración marxista haya tenido dificultades tan serias con la economía en sus proyectos transformadores. No creo equivocarme al decir que la Unión Soviética y el Campo Socialista murieron por causa de ellas. En Latinoamérica, para qué decir. Aparentemente solo los chinos y los vietnamitas han sabido ensamblar bien la economía con el socialismo. Para decirlo en sencillo, yendo al fondo: la armonía social y el crecimiento. Es que los orientales, según se dice, concilian lo diferente con facilidad. La izquierda de nuestras tierras, en cambio, sigue presa de un racionalismo mecanicista anticuado, que insiste en oponer la irracionalidad del orden económico de los mercados con la racionalidad del orden legal. Tendría que aprender de los chinos, pienso yo.

Creo que es una ceguera característica de Latinoamérica – ¿legalismo heredado del orden colonial precapitalista? – la sobrevaloración de la autosuficiencia de los poderes, especialmente el político, con respecto del poder económico. Quizá ésta es la raíz del llamado populismo. “El pueblo unido jamás será vencido”, ha sido no pocas veces una fantasía dolorosa y trágica, con pueblos auto derrotados por la pobreza y el estancamiento.
Percibo en el ánimo de la conversación política de nuestros dirigentes, así como en el texto de la nueva constitución, signos de estas dos jodidas cegueras, la confianza económica sin fundamento en el estado, y un descuidado dar lo económico por obvio. Más por lo no dicho que por lo afirmado, se esconden entre los detalles. Como el diablo.