La declaración pública del senador Francisco Huenchumilla, denunciando que el mentado “plan B” que intenta la derecha es un rechazo disfrazado, “envuelto en papel couché”, removió las aguas de la centroizquierda y, en especial, del PDC donde coexisten dos sensibilidades fuertemente enfrentadas en torno al proceso constituyente.
De sus cinco senadores, tres (Yasna Provoste, Iván Flores y Francisco Huenchumilla), se manifiestan por el apruebo, reconociendo que el texto, aún no concluido, deberá ser objeto de perfeccionamientos futuros, mientras Matías Walker y Ximena Rincón acentúan sus cuestionamientos. En la cámara baja, las opiniones están igualmente divididas.

El presidente de la DC, Felipe Delpin, que ganara por estrecho margen la elección interna, identificado con los sectores más progresistas de la falange, reafirma que la decisión se tomará en una junta nacional, que bien podría poner a ese vapuleado partido al borde de una fractura aún mayor. Cuento aparte parece ser el caso de Fuad Chahín, único constituyente electo por el PDC que, hace rato, juega con cartas personales
El cisma no tan sólo pena en la DC. También se remueven las aguas en otros grupos identificados como centro izquierda y renuentes al proceso constituyente que especulan con la rima “rechazar para reformar”. A una parte de la derecha, incómoda para identificarse con la defensa de una carta magna caduca le entusiasma el juego de la disidencia falangista. Así se estimulan mutuamente con gestos de apertura a reformas constitucionales, rebajando a 4/7 los actuales quórums. Todo un juego de piernas en el parlamento, mientras se termina de redactar el texto constitucional a ser plebiscitado el próximo 4 de septiembre.
El anuncio de los partidos de la derecha llamando a rechazar la nueva constitución ha ido de la mano de una ofensiva mediática para desprestigiar el trabajo realizado por la Convención en un tiempo exigido y complejo. Parte de la prueba de la blancura es examinar cómo votaron los constituyentes de la diestra en las diferentes normas aprobadas por más de dos tercios.

Cuáles fueron sus propuestas o posturas en temas tan relevantes como el estado social y democrático de derechos, reconocimiento de los pueblos originarios, descentralización y regionalización, nuevos derechos garantizados, entre ellos los laborales, la paridad de género y derechos reproductivos de las mujeres, el bicameralismo asimétrico y otras. Un buen test para separar la paja del trigo y apreciar la real voluntad reformista.
Tal como lo plantea el senador Huenchumilla, todo lo que busca la derecha con su famoso plan B, a partir del rechazo de la propuesta constitucional, es negociar las bases de una nueva constitución, en donde pueda recuperar el derecho a veto que no consiguió en la elección de convencionales, entrando ahora “por la ventana” a una salida “moderada”, menos propensa al ”indigenismo” y suficientes “contrapesos” favorables al juego del libre mercado.
Ante el temor del Apruebo ¿Todo vale?
No es poco lo que está en juego para una derecha sin control del proceso constituyente y en su aspiración de horadar las bases de sustentación del actual gobierno y su proyecto de transformaciones. Es más que evidente que el oficialismo no cuenta con mayoría parlamentaria y tal como lo reconociera el propio PC – en las resoluciones de su reciente pleno del Comité Central – requiere de los votos de la DC y otros sectores para construirla. Si tan sólo dos senadores y otros tantos diputados, se declaran abiertamente de oposición, convertirían definitivamente al gobierno de Gabriel Boric, el presidente más votado en segunda vuelta, en un gobierno de minoría parlamentaria. Un gobierno elegido por una amplia mayoría ciudadana. Todo un contrasentido.
El desafío principal para la derecha es que la condición necesaria para que su plan B funcione, reside en que gane el rechazo. Y eso, lejos de estar asegurado, aparece cada vez menos probable, al decir de las encuestas y de las opiniones de la mayoría de los chilenos y chilenas, que mayoritariamente piensan que se impondrá el apruebo. Cuando aún no se despliega la campaña por esa opción.
Es muy importante recordar el origen y las causas del proceso constituyente, que fuera aprobado por un 80 % de los ciudadanos, que siguen pensando que el país necesita una nueva constitución. Que la derecha no tiene credibilidad con sus propuestas reformistas y sus verdaderos alcances, luego de oponerse tenazmente al cambio constitucional y defender los enclaves autoritarios. Y que tan sólo la aprobación de la propuesta de nueva constitución puede garantizar la paz social y la estabilidad política que permita su perfeccionamiento, en base a las normas que allí se establecen.

Un detalle no menor que parecen olvidar muchos parlamentarios es que el resultado del plebiscito no lo determinarán los partidos, por más que se sumen siglas, inventos o fracciones provenientes de ellos. Lo decidirá la ciudadanía, que obligatoriamente deberá concurrir a las urnas el próximo 4 de septiembre para pronunciarse por la aprobación o el rechazo de la propuesta constitucional, sin terceras vías.
Tan importante como elaborar un plan B, en la alternativa del rechazo, es pensar en el complejo proceso de implementación del nuevo texto constitucional, en la alternativa del apruebo, como lo ha señalado el senador Huenchumilla en su declaración. Es más que evidente que esa implementación necesariamente deberá ser gradual y abierta a perfeccionamientos futuros.
Lo que verdaderamente se juega en el plebiscito del 4 de septiembre no es tan sólo la posibilidad de tener una nueva constitución redactada en democracia, de forma paritaria, con representación de las etnias originarias, sino también que abra el camino a los cambios y transformaciones que una mayoría del país demanda, tal como lo expresara el ministro Giorgio Jackson.
La inmensa mayoría del país aprobó un proceso constituyente a través de un plebiscito de entrada. Eligió 154 convencionales, de manera paritaria, con representación de nuestras etnias originarias y las regiones, bajo normas estrictamente democráticas. El país invirtió ingentes recursos para que los convencionales, que han trabajado intensamente en contra del tiempo, redactaran una propuesta que se conocerá el próximo 4 de julio.
No está en el mejor interés del país botar todo este esfuerzo a la basura y empezar un nuevo proceso, como propone la derecha, con letra chica e impronta conservadora. Así gana espacio la convicción de que el mejor camino está en aprobar, con la voluntad de perfeccionar.