Siempre he querido rendirle un homenaje a la primera línea de la pandemia: médicos, enfermeras, técnicos en enfermería, kinesiólogos y personal del aseo en clínicas y hospitales, etc. Gracias a ellos el coronavirus ha sido combatido. Son ellos los que de manera desinteresada han logrado la recuperación de gran parte de los enfermos y por eso hay que valorarlo. Muy lejos de esa imagen se encuentran los médicos de la peste negra. Hace poco encontré en Internet un grabado de Paul Fürst, de 1656, que muestra a un galeno de la peste europea del S XVII. Lleva una máscara con pico de pájaro, guantes de cuero, túnica y un abrigo largo. La clásica figura de los hombres estrambóticamente vestidos con una vara en las manos para espantar a los intrusos o separar a los vivos de los muertos. La figura es completada por un sombrero de ala ancha. Muchas veces estos extraños doctores no eran profesionales o eran médicos jóvenes o de segunda categoría, sin demasiada experiencia. Incluso está registrado el caso de un vendedor de frutas que dejó su trabajo como comerciante para dedicarse a ser “doctor de la peste”. Lo cierto es que eran contratados en los distintos poblados medievales para ayudar a todos sus habitantes, sin escatimar entre ricos y pobres.
Muchas veces estos extraños doctores no eran profesionales o eran médicos jóvenes o de segunda categoría, sin demasiada experiencia.
¿Por qué usaban una máscara de pájaro? En ese tiempo se pensaba que la peste negra se contagiaba por vía aérea y penetraba en el cuerpo por los poros de la piel. Existía la creencia popular de que la peste era transmitida por aves. Por el tamaño del pico de la máscara de los doctores, las aves supuestamente se asustaban y alejaban. Sin embargo, en ese momento se desconocía que los pájaros eran inmunes a ese tipo de contagio. La razón más importante del uso de la máscara era que el pico de 15 centímetros impedía un acercamiento entre el doctor y el aliento mortal del infectado. Para evitar los hedores de la enfermedad, los doctores rellenaban la zona de la protuberancia con plantas aromáticas que mitigaban los olores. De la misma manera, le incluían a la máscara unos ojos de cristal para protegerse de los enfermos. Los doctores hacían de todo: entregaban a los afectados brebajes protectores contra de la peste, redactaban los testamentos y hacían las autopsias, siempre usando sus características vestimentas.
Para evitar los hedores de la enfermedad, los doctores rellenaban la zona de la protuberancia con plantas aromáticas que mitigaban los olores.
El siniestro uniforme de estos arriesgados médicos se le atribuye al francés Charles de Lorme, un profesional de la medicina de mucho carácter y prestigio que atendió a la realeza europea durante el siglo XVII, como el rey Luis XIII y Gaston d’Orléans, hijo de María de Médici. Este doctor destacaba de esta particular indumentaria el abrigo cubierto de cera aromática, la camisa metida en el pantalón y el sombrero y los guantes hechos de cuero de cabra.
Era muy característico ver a los médicos de toda Europa con estos trajes. Fue tan así que en Italia el “médico de la peste” tuvo un papel fundamental en la comedia del arte y en celebraciones carnavalescas como la de Venecia, donde actualmente sigue siendo una de las máscaras más cotizadas.
Algunos especialistas creen también que los médicos de la peste negra llenaban sus máscaras con triaca, un brebaje farmacéutico que contenía más de 55 hierbas, adosado con otros componentes como carne de víbora en polvo, canela, mirra y miel. Se pensaba también que la forma de la máscara, además de ahuyentar a las aves, daba tiempo suficiente para que estas hierbas protectoras actuaran de manera efectiva y mágicamente sobre los apestados, alejando cualquier tipo de contagio circundante.
Se dice que Nostradamus (1503 – 1566), aunque no alcanzó a utilizar los rebuscados trajes de pájaro, fue uno de los destacados médicos de la peste negra. Sus consejos consistieron en eliminar a los cuerpos infectados, tomar aire fresco y agua limpia (esto último a veces era muy difícil de conseguir porque muchas de las vertientes estaban contaminadas), y beber un jugo preparado con rosa mosqueta. Recomendaciones no muy apegadas a la ciencia con las que el boticario y adivino francés convencía a sus pacientes afectados, quienes creían ciegamente en su experiencia y consejos.
Lo cierto es que el trabajo de los doctores de la peste negra, con disfraz y sin él; con buenas o malas intenciones, poco o nada ayudaron a que los enfermos medievales tuvieran una cura efectiva. Se estima que en la Edad Media murió más de la mitad de la población por causa de las epidemias. El remedio, muchas veces, era peor a la enfermedad o, en definitiva, inexistente. Tuvieron que pasar los años para que llegaran los antibióticos modernos y los avances científicos posibilitando que las personas realmente sanaran y superaran este flagelo. En la actual época de pandemia de coronavirus, los profesionales de la salud de la primera línea, ataviados con sus mascarillas, escudos faciales, guantes y trajes de plástico, saben muy bien que con la salud de la gente no se juega. Menos con atuendos siniestros y máscaras de pájaro con esencias de hierbas empalagosas que hoy en día se encuentran bastante lejos de la norma.
Lo cierto es que el trabajo de los doctores de la peste negra, con disfraz y sin él; con buenas o malas intenciones, poco o nada ayudaron a que los enfermos medievales tuvieran una cura efectiva.